La violencia del grupo Estado Islámico, de al-Qaeda y de los Supremacistas Blancos es similar. Las causas no lo son.
Por Madawi al-Rasheed
Para abordar las raíces de cada problema, debemos tener una comprensión profunda de los orígenes dispares
El 15 de marzo, un terrorista nacionalista blanco mató a 50 musulmanes en dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda.
Muchos comentaristas dijeron que el ataque fue similar al tipo de violencia cometida por grupos como al-Qaeda y el grupo Estado Islámico, que durante décadas han dado lugar a una impresionante violencia esporádica en todo el mundo.
Mientras que los nacionalistas pretenden morir por su nación y los yihadistas por su fe. Ahora se describe que los dos son iguales en su brutalidad y salvajismo.
Podemos estar presenciando lo que el filósofo francés René Girard llamó violencia mimética contagiosa, en la que todos nuestros deseos y actos, especialmente los violentos, son tomados prestados de los demás. El acto de matar se convierte en una estrategia para restablecer la paz y un orden imaginado, en el que el grupo de asesinos se siente triunfante y victorioso.
Terror viejo y nuevo
Pero debemos ser cuidadosos al ver similitudes fundamentales entre las formas de terrorismo viejas y nuevas si nuestro objetivo es satisfacer nuestra búsqueda para explicar los ataques, que puede que parezcan similares, pero tienen causas comunes muy limitadas.
El hilo común más obvio entre lo viejo y lo nuevo es el asesinato indiscriminado por parte de agentes no estatales que dependen de Internet para difundir mensajes de odio, conspiración y violencia contra alguien más a quien denigran. En ambos tipos, una batalla eterna entre «nosotros» y «ellos» solo puede ser resuelta matando o mutilando al otro, donde sea que estén.
Los objetivos pueden incluir lugares de culto, escuelas, centros comerciales, establecimientos financieros, etc. Ambos tipos de terroristas se adhieren a una narrativa histórica simple en la que la victimización es primordial. La búsqueda de eliminar al otro a través de la violencia es vista como un acto de salvación para su fe, raza y país.
Ambos utilizan nuevas tecnologías de comunicación, como Internet, para reclutar y difundir sus ideologías. Documentan su violencia salvaje contra personas inocentes, informando al mundo por qué y cómo matan.
Pero la comparación se detiene allí, y deberíamos resistirnos a ver lo que sucedió en Nueva Zelanda como una respuesta a la violencia de al-Qaeda o el Estado Islámico, aunque las declaraciones comparativas simples de todos denunciando el terror y la búsqueda de un terreno común puede ser tentador.
Refugiándose en la teología
La violencia de al-Qaeda o del grupo Estado Islámico vino a atormentarnos después de que combatientes independientes fueran utilizados para perseguir objetivos geopolíticos a corto plazo. Cuando terminó la ocupación soviética de Afganistán, no hubo una estrategia de salida, programa de rehabilitación o política de contención para los militantes que habían luchado.
Los yihadistas se esparcieron por todo el mundo, y muchos de los que regresaron a sus países de origen se sintieron como parias, utilizados para un objetivo y luego condenados a prisión. Se retiraron a sus libros de teología para encontrar justificaciones para una nueva ronda de terror contra aquellos que los traicionaron.
Aprovecharon usar las quejas que muchos sintieron como resultado de siglos de desequilibrio de poder entre los musulmanes y Occidente. Encontraron un terreno fértil para plantar las semillas del odio contra el agresor, Occidente, que no había escatimado la oportunidad de continuar su larga historia de humillación, ocupación y bombardeo.
Movilizaron a otros musulmanes prometiéndoles nueva gloria y regeneración de la civilización. Su discurso empoderó a otros que sintieron la misma humillación. Pero en realidad, su terror se convirtió en la causa de nuevos actos de violencia contra sus propias comunidades en los países de mayoría musulmana y entre las minorías musulmanas en Occidente. Aplaudieron el asesinato de no musulmanes, pero sus compañeros musulmanes pagaron un alto precio por los actos de esta violenta minoría.
Fortalecidos por Occidente
Si al-Qaeda fue el resultado de un presunto proyecto «yihadista» mundial que se perdió en Afganistán, la violencia del grupo Estado Islámico en Siria e Irak solo puede entenderse en el contexto de la ocupación de Irak en el 2003 y el levantamiento sirio en el 2011.
El salvajismo del grupo Estado Islámico tuvo un componente sectario adicional, el resultado directo de las tensiones étnicas y sectarias en ambos países y las intervenciones de las fuerzas occidentales y árabes con el objetivo de remodelarlas. El grupo Estado Islámico movilizó a una minoría al alzar la bandera del «Califato», un símbolo de reclutamiento que promete la restauración de la gloria de una era pasada. El asesinato se convirtió en una estrategia de sacrificio para reinventar el pasado, con todo su esplendor, poder y respetabilidad civilizacional.
Los supremacistas blancos buscan la misma gloria, pero el contexto que los ha fortalecido en los últimos años es el propio Occidente. Los hombres blancos cuyas oportunidades de empleo y futuros se han visto frustrados por una pérdida de control son los típicos terroristas. Han perdido sus empleos no porque los musulmanes se hayan establecido en medio de ellos, sino porque las corporaciones se globalizaron, buscando mano de obra barata y producción en el extranjero.
Perdieron sus llamados «valores familiares cristianos» y sucumbieron a las presiones de aceptar el aborto y otros cambios sociales, no porque los musulmanes fueran ávidos partidarios de tales innovaciones, sino porque su propia gente había hecho campaña por nuevas definiciones de sí mismos y de otros.
Si bien piensan que existe un inminente apocalipsis generado por “invasores” musulmanes o inmigrantes, en realidad, los cambios políticos, económicos y culturales en Occidente son fenómenos separados.
Justificando el genocidio
En el discurso de los terroristas nacionalistas blancos, para restaurar a la nación blanca, «pura», los musulmanes deben ser eliminados, ya sea literalmente, o impidiéndoles establecer hogares en Occidente. Los nazis hicieron exactamente eso cuando sus propias fortunas en decadencia los llevaron a matar a millones de judíos, homosexuales, gitanos y otros que no eran aptos para pertenecer a la nación blanca.
Afortunadamente, los musulmanes nunca han dominado el arte del campo de concentración o la eliminación total de grupos religiosos (aunque en nombre de una versión distorsionada y extrema del Islam, se intenta un genocidio contra los Yazidis). Este fue un invento occidental, un producto directo de un razonamiento científico falso que clasificó las razas y las trazó en una escala evolutiva, desde las salvajes hasta las civilizadas.
En su manifestación más horrible, llevó a la extinción de las poblaciones nativas de todo el mundo. Cuando se convirtió en «caritativo», condujo a una misión «civilizadora» que justificaba el imperialismo y el colonialismo, ocupando vastas tierras que pertenecían a los «salvajes», y con la esperanza de eliminar sus diferencias y convertirlos en «gente como nosotros», aunque de un estado más bajo.
A pesar de las aparentes similitudes entre al-Qaeda o el grupo Estado islámico y la violencia nacionalista blanca, las causas y los contextos son muy diferentes. Para lidiar con los primeros, los gobiernos occidentales deben reconsiderar sus políticas exteriores en el mundo musulmán, respetando la soberanía de los territorios no occidentales.
Reconocer la ocupación como un hecho consumado, como la reciente declaración de Trump sobre los Altos del Golán anexados a Israel, no es el camino a seguir.
Para hacer frente a la segunda amenaza, los gobiernos deben abordar sus propias crisis sin culpar a una invasión musulmana imaginaria.
Tales cambios plantean serios desafíos para las autoridades. Sin embargo, si bien las estrategias de mantenimiento del orden público y vigilancia pueden ser las mismas, lidiar con las raíces de cada problema requiere una comprensión profunda de sus causas, con el objetivo de salvarnos a todos de una amenaza que tal vez no desaparezca pronto.
Middle East Eye