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Detén El Abuso Del Perdón. Puedes Sanar Y NO Perdonar

Escrito por Umm Zakiyyah 

 

«¡No sé por qué querrías vivir con toda esa ira y amargura!» una mujer dijo en respuesta a una sobreviviente que había expresado que no iba a perdonar a su abusador. Todos éramos parte de un grupo en línea establecido para compartir historias inspiradoras sobre cómo superar las dificultades y apoyarnos mutuamente en nuestros viajes de sanación emocional. Al ver el intercambio de palabras, tuve la tentación de intervenir y compartir mi punto de vista. Pero no dije nada, mi corazón me dijo que era mejor dejarlas solas. Ya sabía cómo terminaban la mayoría de estas discusiones: con un vendedor/ra ambulante del perdón usando la manipulación emocional para hacer sentir culpable a un/una sobreviviente para que perdone a su abusador/ra. En otras palabras, la mayoría de estas discusiones terminaban exactamente como esta había comenzado.

Anteriormente en otros foros, había intentado explicar cómo una persona podía elegir no perdonar y dejar ir la ira y la amargura, sanar completamente y vivir una vida emocionalmente saludable y plena. Pero los vendedores del perdón no escucharían nada de eso. La sanación de nadie era real excepto la suya. A veces pasaba una cantidad considerable de tiempo desglosando la definición del perdón y contrastando con la definición de sanación para mostrar cómo uno no era una condición del otro. Aún así, incluso después de que admitían haber entendido lo que estaba diciendo, los fanáticos del perdón forzado volverían a su táctica de manipulación emocional para insistir en que cualquiera que eligiera no perdonar sufría de un corazón corrupto.

Observar repetidamente estos ataques a las sobrevivientes que habían optado por no perdonar me dejó en claro que la cultura del perdón forzado era mucho más generalizada y destructiva de lo que inicialmente había imaginado. Y no solo las compañeras sobrevivientes participaban en la manipulación emocional. Había coaches de vida, líderes religiosos e incluso profesionales de la salud mental.

Estar expuesta repetidamente al ambiente hostil del perdón forzado era muy similar a lo que a menudo experimenté de los fanáticos antirreligiosos que insistían en que cualquiera que creyera en Dios y se afiliara a una religión organizada, especialmente el Islam, era malvado o un participante pasivo en el mal. Esta convicción equivocada les dio licencia para burlarse, acosar y calumniar a judíos, cristianos y musulmanes en cada oportunidad, y luego decirles: «Si quieren hacer del mundo un lugar pacífico y amoroso, ¡entonces dejen de adorar a ese falso Dios suyo!» En esto, no se dieron cuenta de que ellos mismos estaban demostrando lo contrario de la paz, el amor y la compasión que afirmaban desear para el mundo.

Menciono la hostilidad de los fanáticos contra la religión porque el ambiente del perdón forzado lo refleja de muchas maneras. En la palabra perdón, tenemos un concepto fenomenal basado en la difusión de la paz, el amor y la compasión. Sin embargo, en la cultura del perdón forzado, las tácticas que se utilizan para difundir este hermoso concepto son todo menos pacíficas, amorosas o compasivas. ¿Cómo podemos realmente lograr la paz, el amor y la compasión, dentro de nosotros mismos o del mundo, si no podemos mostrar estos rasgos en nuestro discurso y acciones? Además, ¿qué imaginamos que significan realmente la paz, el amor y la compasión si no podemos aceptar que el camino de otra persona hacia ellos podría ser un poco diferente al nuestro?

Tú no importas: la primera regla del perdón forzado

Irónicamente, cuando me encontré siendo el receptor repetido del tráfico de perdón, ya había perdonado a los que me habían perjudicado. Como musulmana, entendí el perdón como simplemente la decisión de no buscar venganza o castigo para la persona en esta vida o en el Más Allá como resultado de haber sido perjudicada. Al tomar esta decisión voluntaria, me abrí a la oportunidad de obtener una recompensa aún mayor por mi sufrimiento, ya que ya me habían prometido una recompensa de Dios debido a un daño injusto en primer lugar. Sabía que tenía todos los derechos para no perdonar, y no me imaginaba que mi decisión en cualquier dirección tuviera algo que ver con quién era yo como ser humano, personal o espiritualmente.

Fue durante mi viaje hacia la sanación cuando me encontré con vendedores del perdón, los cuales me hicieron sentir que había algo inherentemente malo en mí. Aun cuando ya había perdonado a quienes me dañaron, los vendedores del perdón efectivamente me dijeron que mi depresión, dolencias físicas y sufrimiento mental se debían a mi negativa a perdonar a los que habían me infligido las heridas emocionales.

Esta afirmación me confundió, ya que ni siquiera les había expresado que perdonaba o no perdonaba a los que me habían hecho daño. ¿Por qué seguía escuchando sobre la necesidad del perdón cuando ya había perdonado?

Si todavía te duele, entonces no has perdonado de verdad. Esta sería la respuesta que finalmente recibiría, una y otra vez.

¿Acaso yo importo aquí?

Con el tiempo, me acostumbraría al mensaje repetido con frecuencia que ahora entiendo como la primera regla del perdón forzado: no importas. Curiosamente, esta regla es también la ideología subyacente de todo abuso en sí mismo, de ahí el título del libro, The Abuse of Forgiveness (El abuso del perdón).

El perdón forzado nos enseña que nuestra integridad como seres humanos, y por lo tanto toda nuestra existencia, está indisolublemente unida a los pecados de quienes nos han perjudicado, abusado o traumatizado. Para comprender esta ideología desconcertante y destructiva, ofrezco la siguiente analogía sobre una víctima de un robo y destrucción de propiedad.

Ser el destinatario del perdón forzado es como alguien a quien le roban sus pertenencias más preciadas de tal manera que toda su vida se pone patas arriba. No tienes cama para dormir, ni ropa para vestir, ni comida para comer, tienes solo las paredes desmoronadas de una casa que ni siquiera te protege del calor o el frío. Cuando preguntas qué puedes hacer para comenzar de nuevo, se te dice que uses cualquier recurso que tengas para dar regalos a los ladrones. Y cada vez que haces una pregunta práctica sobre la restitución de lo que perdiste, se te dice que busques a los ladrones y que les des lo que tengas. Si te niegas, se te dice: «¡Todavía estás viviendo así porque eres tacaño y codicioso al negarte a compartir con los ladrones!»

Este pensamiento nos enseña que Dios nos castiga por sufrir abusos. Nos enseña que nuestro mayor pecado es sentir el dolor de nuestras heridas y sentirnos molestos por quienes las infligieron. Además, nos enseña que Dios decretará que vivamos con corazones enojados y amargos hasta que ya no sintamos ni reconozcamos el dolor de nuestras heridas, o hasta que ya no sintamos ninguna frustración o culpa hacia quienes nos lastiman.

Trágicamente, el mensaje subyacente del perdón forzado es que la misericordia y el perdón son automáticos e incondicionales para los abusadores y transgresores, pero se retrasan y son condicionales para los abusados. Además, nos enseña que se inflige un nivel extra de castigo de parte de Dios a los que sufren abusos si presentan demoras o condiciones para mostrar misericordia y perdón a los malhechores. En otras palabras, tanto desde la perspectiva curativa como religiosa, el perdón forzado nos enseña que los que sufren abusos no importan; importan solo los abusadores.

 

Fuente: MuslimMatters