El dilema de muchas mujeres
Años más tarde, al redescubrir las verdaderas enseñanzas del Islam y volver a conectarme, esta vez, con el concepto genuino del hiyab, me di cuenta de que muchas musulmanas de hoy en día sufren el mismo dilema con el que me enfrenté durante años: un sentido de insuficiencia y baja autoestima. Y esto se debe a la aparente asociación de ellas con el Islam en un mundo donde los valores religiosos no tienen lugar. Cuanto más observaba y hablaba con la gente, más me convencía de que este desafortunado fenómeno había afectado profundamente a la mente musulmana y, por lo tanto, paralizó muchos de sus potenciales.
Cuando abandoné por primera vez el hiyab, tuve una sensación de satisfacción temporal porque creía que tenía derecho a la libertad de elección. Sin embargo, fue una elección contra mi conciencia, que al mismo tiempo estaba luchando, por su derecho; para ser escuchada y entendida. Me tragué la ironía por la garganta, pensando que la culpa era simplemente una fase que se desaparecería. A pesar de saber que estaba mal, no pude resistir la tentación de querer ser glorificada o al menos, igualmente aceptada por una sociedad llamada élite con la que crecí, en mis primeros años de adolescencia.
Caer en el aliciente se hizo más fácil por la mentalidad y actitud de «subordinada» que mantenía hacia el estilo de vida occidental. Más tarde, descubrí que muchas chicas musulmanas tienen una lucha similar; quieren hacer lo correcto en muchos aspectos de la vida, pero el bombardeo de valores contradictorios en su entorno es tan fuerte que eventualmente tienen que admitir la derrota y unirse a la multitud.
Algunas regresan más tarde, mientras que otras se quedan con su «opción» de adoptar una forma de vida no islámica, solo para encontrarse constantemente luchando con sus voces internas y esperando que algún día se les pase la incómoda sensación de culpa.
Volver a abrazar el hiyab fue solo mi primer paso. El siguiente fue descubrir por qué y cómo ocurrió tal crisis mental para que mis hermanas musulmanas no cayeran en la misma trampa.
Una larga búsqueda y contemplación me han llevado al principal culpable, que es la debilidad del «sistema inmune» dentro de un musulmán, como lo demuestra la ignorancia o la falta de conocimiento y comprensión sobre el Islam. Este defecto puede atribuirse a un individuo mismo, a las prácticas culturales falsas de las comunidades musulmanas, o a la propaganda de los medios que crea confusión perpetua.
Mientras que los musulmanes en occidente enfrentan el desafío de mostrarse pacíficos, respetuosos de la ley y de mentalidad cívica para contrarrestar su cuestionado patriotismo, la idea errónea de equiparar el Islam con el terrorismo y el hiyab islámico como un signo de opresión y subyugación de las mujeres a los hombres, los musulmanes en la otra parte del mundo están psicológicamente paralizados por un sentimiento de inferioridad y, por lo tanto, surge la desesperada necesidad de identificarse con Occidente.
En los países del tercer mundo, el mundo occidental y la civilización se consideran el epítome del éxito y los logros humanos y parece constituir un punto de referencia absoluto para el resto del mundo.
Ansia de aceptación social
Muchos musulmanes de hoy son producto de una cultura moderna importada principalmente de Occidente y de un sistema educativo diseñado para aceptar y glorificar las filosofías, culturas y logros occidentales. Las consecuencias de la invasión cultural y una dominación sistemática y gradual de la mente son de largo alcance y más malignas en comparación con la supresión física debido a su naturaleza subliminal y su capacidad para apoyar el deseo de un conquistador sin que este use la fuerza.
Asistí a diferentes instituciones donde el hiyab no estaba prohibido ni era anatema. De hecho, la mitad o la mayoría de las estudiantes tenían el hiyab islámico físicamente visible en sus cuerpos. Sin embargo, había reglas tácitas, que estaban en línea con los valores occidentales, de cómo uno debería verse y comportarse para adquirir un cierto estatus y aprobación. Aquellas sin hiyab fueron extraordinariamente engrandecidas, «silenciosamente» consideradas como más hermosas y brillantes, y por lo tanto universalmente más presentables a través de su imagen aparentemente positiva y retratada confianza en sí mismas.
Por otro lado, aquellas que expresaban sus valores a través de un hiyab visible fueron penalizadas sutilmente principalmente mediante negligencia y falta de atención, o, a veces, burlas. Etiquetas como ser conservadora, tradicional e incluso atrasada no eran infrecuentes. Una vez hubo una sesión de fotografía para la revista universitaria, en el aula. El fotógrafo, que obviamente era musulmán, anunció casualmente que las estudiantes sin hiyab y que usaban ropa «apropiada», o sea, la ropa occidental, deberían presentarse en primera fila.
Me estremecí ante sus palabras, ya que solo reflejaban una actitud autodestructiva y una mentalidad esclava, que constituía quizás solo la punta del iceberg. Su mensaje oculto no podía ser más claro: aquellas que parecían occidentales eran más presentables y darían una mejor imagen para la institución de aprendizaje.
Los profesores del interior estuvieron de acuerdo y comenzaron a arrastrar las llamadas modelos apropiadas al banco delantero. El resto de la clase, compuesta principalmente por hiyabis y algunas de las cuales yo personalmente sabía que se desempeñaban mejor académicamente, fueron empujadas sin piedad a la última fila, ¡quizás para hacerlas menos visibles para no empañar la imagen de la universidad!
Imagínate lo dañino que tal crimen es para la psicología y la autoestima de las jóvenes musulmanas que, en ese momento de la vida, posiblemente están luchando con la cuestión de la identidad y el anhelo de aceptación social.